Jesús te pregunta hoy: “¿Qué hay en tu corazón?”
“Cuando leemos ‘no matarás’, debemos entender ‘no te enojes’ ”. Robert K. McIver
Tendemos a ver la ley de Dios como mandatos destinados a regir nuestra conducta externa; pero Jesús aclara que la ley no apunta tanto a las obras como a las emociones; no tiene tanto que ver con nuestros actos externos como con nuestro ser interno, con las convicciones e intenciones del corazón. ¡Eso es lo que hay que trabajar! Por eso Jesús nos insta a guardar la ley de una manera más profunda que el mero legalismo. El pasaje clave para comprender esto es Mateo 5.
En los versículos 21 y 22 de Mateo 5 leemos: “Ustedes han oído que a sus antepasados se les dijo: ‘No mates, pues el que mate será condenado’. Pero yo les digo que cualquiera que se enoje con su hermano, será condenado”. O sea que, según Jesús, el acto externo de matar es consecuencia de la emoción interna del enojo albergado en el corazón; por lo tanto, es esa emoción interna lo que hay que trabajar, poniéndola en manos de Dios para que la transforme.
Lo mismo sucede con el adulterio, el segundo ejemplo que pone Jesús en Mateo 5. “Mirar con deseo” (vers. 28) a una persona que no es tu cónyuge es cometer adulterio en el corazón. Estrictamente hablando, el adulterio es un acto físico, pero Jesús nos ayuda a ver que el verdadero problema radica en el motivo intelectual o emocional del que surge ese acto.
Puesto que es del corazón de donde surgen nuestras acciones, Jesús nos invita a reflexionar en qué es lo que abunda en él. ¿Están de acuerdo nuestras convicciones con los principios de la ley de Dios? Si no es así, nuestra vida cristiana no puede manifestar coherencia plena con el cristianismo bíblico.
No podemos cambiar si no nos damos cuenta de que necesitamos hacerlo, de ahí la importancia de las palabras de Jesús. Él es quien nos hace comprender cuestiones de calado como nuestra tendencia a vivir una religión meramente formalista, al estilo de los escribas y fariseos. Ellos decían amar a Dios y guardar bien su ley, pero se enojaron con el Hijo de Dios a cada paso que daba y con cada cosa que decía. Fruto de ese enojo que derivó en odio, lo persiguieron hasta lograr verlo en una cruz. Su experiencia externa de la ley era incoherente con la esencia de la ley. No cometamos el mismo error.
“A menos que su justicia sea mayor que la de los escribas y de los fariseos, jamás entrarán en el reino de los cielos” (Mat. 5:20, RVA-2015).