Una madurez de microondas
“Una de las grandes desventajas de la prisa es que lleva demasiado tiempo”. Gilbert Keith Chesterton
Romanos 12:2 se traduce así en algunas versiones de la Biblia: “No os amoldéis a los criterios de este mundo” (BLP); “No vivan ya como vive todo el mundo” (TLA). Cuando pienso en los criterios del mundo actual que observo en los medios; cuando reflexiono en el estilo de vida generalizado hoy en comparación con los de tiempos anteriores; cuando presto atención a observar cómo vive todo el mundo, no puedo menos que observar un patrón común: la prisa.
Una madre hoy se levanta corriendo para despertar a sus hijos y llevarlos a la escuela; llega corriendo al trabajo y pasa la jornada con un sentido de urgencia; sale a toda prisa de la oficina para recoger a los niños, los pone a hacer tareas, cenar, bañarse y a la cama; cuando los niños se quedan dormidos, ella continúa su acelerada carrera. ¿Y los sábados? Otro correcorre. No creas que las solteras vivimos sin prisa; este mal es endémico. Las mujeres hoy apenas encontramos tiempo para hacer un espacio diario a solas con Dios.
Y por habernos amoldado a este estilo de vida, pagamos las consecuencias en términos de madurez espiritual, estabilidad emocional, paz interior, dominio propio… y tantas otras virtudes que vienen exclusivamente por la obra del Espíritu en nosotras, al exponernos calmadamente al carácter de Dios y hacer tiempo y espacio para él. No sorprende, por tanto, que otro de los criterios de este mundo sea la superficialidad. Ser profunda es algo que se cocina a fuego lento. ¿Una acelerada profunda? Tengo mis dudas de que exista tal cosa.
El autor y predicador cristiano John Ortberg comenta: “Estar a solas con Dios es la única manera que tenemos de ganar libertad sobre las fuerzas sociales que, de otro modo, nos moldearían sin piedad. Queremos una madurez de microondas”. Pretender vivir una vida cristiana aceptando la prisa como criterio cultural que moldee cada veinticuatro horas me parece como querer tener una relación romántica sin pasar tiempo con el hombre que amamos. ¿Cómo se profundizaría ese amor? ¿Cómo llegaríamos a conocernos? ¿Sobre qué base construiríamos? ¿Y qué estaríamos construyendo? El amor y la prisa son incompatibles.
La prisa como estilo de vida consume todo nuestro tiempo y por eso es enemiga mortal de la espiritualidad, de la madurez, de la profundidad de carácter y del amor. No nos amoldemos a un criterio tan peligroso. No vivamos como vive todo el mundo. En esto, también imitemos a Jesús, en cuya apretada agenda diaria siempre reservaba un espacio para estar a solas con el Padre.
“No vivan ya como vive todo el mundo” (Rom. 12:2, TLA).