Dos ángeles y dos mujeres
Llenas de miedo, se inclinaron ocultando su rostro; pero ellos les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?” Lucas 24:5, RVC.
Juana y Salomé no son mencionadas en otro lugar de la Biblia. No eran reconocidas, pero trabajaban anónimamente, y el Cielo las premió como testigos del más grande acontecimiento de la historia: la resurrección de Jesús. Solo Lucas y Juan hacen referencia a dos ángeles que estaban en la tumba vacía, y solo Lucas y Marcos mencionan los nombres de estas dos mujeres. Para que un testimonio fuera legalmente válido, debía ser sostenido por dos o tres testigos: “Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto” (2 Cor. 13:1). “Para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra” (Mat. 18:16). Era vital tener el registro de los nombres de quienes fueron testigos de la resurrección. Mateo registra dos: “María Magdalena y la otra María” (Mat. 28:1). Marcos menciona tres, añadiendo a Salomé (Mar. 16:1). Lucas registra tres mujeres y un hombre como testigos: María Magdalena, María la madre de Jacobo, Juana y Pedro (Luc. 24:10-12). Como no se consideraba confiable el testimonio de mujeres (Luc. 24:11), Juan se añadió a sí mismo, a Pedro y a María Magdalena (Juan 20:1-6). En resumen, cuatro mujeres y dos hombres fueron testigos del maravilloso acto de la resurrección.
Lucas y Juan son los únicos que mencionan la visita de dos ángeles a la tumba vacía, uno sentado a los pies y otro a la cabecera de donde el cuerpo de Jesús había descansado (Luc. 24:4; Juan 20:12). ¿Por qué era importante el dato de dos ángeles? El tabernáculo del Antiguo Testamento tenía el Arca del pacto en el Lugar Santísimo, y sobre el Arca había dos ángeles que representaban la gloria de Dios (Éxo. 37:7-9). La presencia de dos querubines confirmaba que en la tumba estuvo Dios, y vinieron a custodiar su gloria. Las mujeres lo entendieron, y por eso ocultaron reverentemente sus rostros.
Los ángeles no han cesado su labor. “La familia humana es el objeto del especial cuidado de los ángeles celestiales. No se ha dejado al hombre para que sea el juguete de las tentaciones de Satanás. […] El ojo que nunca dormita ni duerme está guardando el campamento de Israel. Miríadas de miríadas y millares de millares de ángeles están ministrando las necesidades de los hijos de los hombres. Voces inspiradas por Dios están clamando: Este es el camino, anden en él” (ELC, p. 105).