Matutina para Mujeres | Sábado 2 de agosto de 2025 | Puedes perder la corona

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Matutina para Mujeres

«El rey Asa quitó a su abuela Maaca de su puesto de reina madre, porque ella había hecho un poste obsceno dedicado a la diosa Asera. Derribó el poste obsceno, lo hizo pedazos y lo quemó en el valle de Cedrón» (2

Crónicas 15:16).

Maaca había sido designada reina madre posiblemente durante el reinado de su hijo Abías. Tal título se le otorgaba a la consorte del rey cuando este moría y podía conservarlo mientras vivía. De esta manera, la reina madre tenía potestad sobre el reino y podía influir de manera notoria en los asuntos políticos y religiosos. Al morir también su hijo, Abías, su nieto Asa sube al trono y ella sigue conservando su corona como reina

madre. El nombre de la madre de los reyes en la antigüedad era más importante que el de la esposa, es por ello que generalmente vemos en los registros bíblicos la referencia a la madre.

Maaca, o Micaía, fue más allá del poder que se le había conferido. Hizo un uso indebido de su autoridad y creyó que su nieto no tendría ni el valor ni la autoridad para quitarle su puesto. Maaca sabía que no debía tener dioses extraños y que la adoración solo se debía al Dios de los cielos. Sin embargo, con sus prácticas idolátricas, no solo ella había prostituido el culto al verdadero Dios sino que había arrastrado al pueblo junto con ella. En un acto de volver al pueblo a Dios, Asa tomó medidas drásticas y destituyó a la reina madre de su puesto. Ni poder, ni honra, ni gloria, ni corona le quedaron a Maaca. Dios hizo lo mismo con su pueblo (ver Jeremías 13:18).

Como hijas de Dios también se nos ha conferido un poder especial en los asuntos religiosos del reino. ¿Cómo lo estamos aplicando? Si la corona que nos ha sido impuesta está siendo de perjuicio y perdición para

nuestros hermanos más pequeños, sin duda que el Rey del cielo nos la quitará. Nuestros actos, motivados por un corazón sincero y reverente, habrán de conservar el título que Dios nos ha otorgado y su poder seguirá manifestándose a través de nuestras manos, de nuestros labios, de nuestras acciones, de nuestra mirada. Así las personas que nos rodean serán inspiradas e influenciadas a rendir culto al verdadero Dios.

Querida amiga, usemos la corona que Dios ha puesto en nuestra cabeza como símbolo de que somos sus hijas y seamos canales de bendición para la gente que necesita esperanza.

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