Ver lo que no vemos
“Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno”. David
En el Salmo 19 leemos: “¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos” (vers. 12, RVR95). Es muy profundo este pasaje porque nos habla de una realidad que no solemos tener presente, como si no existiera en absoluto. Pero ignorarla puede ser una falta de juicio que nos asiente cada vez más en el orgullo y nos aleje de la humildad y la percepción de la santidad de Dios.
Si bien resulta fácil darse cuenta del concepto de que cometemos pecados que permanecen ocultos a los demás (porque nos esforzamos conscientemente para que nadie se dé cuenta de que los hemos cometido), resulta más difícil el concepto de que cometemos pecados de los que se nos hace imposible darnos cuenta incluso a nosotras mismas. Tan imposible, que solo podemos discernirlos con la ayuda de Dios.
Según el Comentario bíblico adventista, la palabra hebrea usada en este pasaje para “errores” es shegioth, que no aparece en ningún otro texto de la Biblia. Su raíz, shagah, “significa errar inadvertidamente”. La Biblia nos habla aquí, pues, de esa realidad sobre la cual también la psicología es clara: existen diversos tipos de autoengaño, mecanismos de defensa, formas que tiene nuestro inconsciente de protegernos para que no enfrentemos de la debida manera nuestra propia realidad. Hablamos de autoengaños como el victimismo, la negación o la sobrejustificación.
Así que, como vemos, tanto las Sagradas Escrituras como la ciencia parecen señalar que nuestra mente no siempre nos ayuda a la hora de percibir y gestionar los errores (pecados) que cometemos, tanto por acción como por omisión. Es obvio que, con respecto al pecado, tenemos cierto nivel de miopía, que distorsiona nuestra capacidad de ver su presencia en nuestra vida y su avance en nuestro corazón. Nos cuesta ver nuestro pecado tanto desde la perspectiva de Dios como de la de aquellos contra quienes hemos pecado y, como no lo vemos, no hacemos autoanálisis (¿sobre qué? ¿para qué?). Pero es en realidad esta miopía la razón por la cual necesitamos autoexamen. ¿De qué otro modo, sino en oración y humildad, podremos ver la viga que está en nuestro ojo?
Oremos esta mañana: “Examíname, Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23-24). Amén.
“¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos” (Sal. 19:12, RVR95).