Matutina para Mujeres | Sábado 30 de Septiembre de 2023 | La tumba vacía

La tumba vacía

“No tengan miedo”, les dijo. “Ustedes buscan a Jesús el Nazareno, el que fue crucificado. Él se ha levantado de entre los muertos. No está aquí”. Marcos 16:6, VBL.

Mientras los discípulos lloraban la muerte de su Maestro, escondidos y haciendo luto, Marcos presenta a unas mujeres esperando que terminaran las horas del sábado para salir a comprar hierbas aromáticas y ungir el cuerpo de Jesús. Tienes la opción de vivir entre la realidad de la muerte, la tristeza, y la separación, o la esperanza de la resurrección, la victoria, y la fe en las promesas. Al amanecer, muy de mañana, siendo aún oscuro (Mat. 28:1; Mar. 16:2; Juan 20:1), estas valientes mujeres desafiaron al sol y salieron, en contra de una ciudad llena de guardias, a un cementerio. No esperaban encontrarse con Jesús resucitado, iban a ungir un cuerpo inerte, un cadáver; sin embargo, ¡madrugaron! ¡Con cuánta voluntad deberías levantarte temprano, sabiendo que tu Redentor está vivo, ha resucitado e intercede por ti!

Los demás dormían, pero ellas iban camino al sepulcro con un pensamiento en mente: ¿Quién nos moverá la piedra? (Mar. 16:3). Habían sido las últimas en abandonar el lugar de la crucifixión y las primeras en ir a la tumba. Habían visto cuando una roca de dos toneladas y media fue puesta y sellada en la entrada de la tumba. Cuando se acercaron, vieron que en lugar de la roca había un hueco. La roca no fue movida para que Jesús saliera, él ya había resucitado. ¡La roca fue movida para que ellas vieran el milagro de la tumba vacía! Sus hierbas y esencias aromáticas ya no eran necesarias. Ellas hicieron su parte, Dios hizo lo que era imposible para ellas: mover la piedra. Al llegar encontraron la más extraordinaria noticia: el Maestro había resucitado, y les había dejado un mensaje. Ese mensaje decía: ¡No tengan miedo! La palabra para describir la respuesta de las mujeres ante la gran noticia es ekthambeō, que podría traducirse como: grandemente maravilladas, atónitas, asombradas, desconcertadas. ¡No podían creer lo que escuchaban! Su esfuerzo había sido recompensado.

“La primera obra que Cristo hizo en la tierra después de su resurrección consistió en convencer a sus discípulos de su no disminuido amor y su tierna consideración por ellos. […] Quería estrechar aún más en derredor de ellos los vínculos de su amor. Dijo: ‘Vayan, digan a mis hermanos que se encuentren conmigo en Galilea’ ” (DTG, p. 736).

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