El gran privilegio de ser madre
“Instruye al niño en su camino, y ni aun de viejo se apartará de él” (Prov. 22:6, RVR 95).
La maternidad es uno de los dones más preciados que Dios nos ha dado a las mujeres. De esta manera, nos ha hecho copartícipes con él del maravilloso proceso de la creación. Cuando una madre acuna a su hijo en los brazos, puede tener una visión más clara del amor incondicional que Dios siente por cada uno de sus hijos terrenales, y de la gran responsabilidad que la maternidad conlleva.
La primera tarea de una madre es guiar a su hijo a los pies de Jesús, desde el mismo momento en que nace; con un lenguaje adecuado a su edad, con el ejemplo diario en hechos y palabras, y sin perder tiempo. Un niño nunca es demasiado pequeño para enseñarle acerca de Jesús; postergar esta tarea puede traer terribles consecuencias eternas. La mejor protección para un hijo son las oraciones fervientes de una madre que ama a Dios y confía en su cuidado, especialmente cuando los hijos muestran una conducta errática y se le escapan de las manos.
Nuestros hijos deben aprender las lecciones de servicio abnegado bajo la conducción amorosa de una madre que sabe y entiende que servir a los demás, y especialmente a los de su propia casa, es el único camino hacia la autorrealización. Si queremos tener hijos felices y que se sientan realizados, enseñémosles, de palabra y por obra, que la mejor manera de lograrlo es sirviendo a los demás con amor y desinterés.
Las virtudes de la personalidad de Jesús deben ser modeladas frente a nuestros hijos. La ternura, la simpatía, el cuidado y la atención amorosa son algunas de las cualidades que ellos deben aprender a disfrutar junto a sus madres.
Querida amiga que lees estas líneas y que tienes el privilegio de ser madre, vive de tal manera con tus hijos, que el día del ajuste de cuentas seas aprobada por el Padre celestial. Disfrutemos la compañía de nuestros pequeños y conduzcámoslos día a día en el camino del Señor.