Miércoles 15 de Septiembre de 2021 | Matutina para Jóvenes | Una lupa y una canción

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Una lupa y una canción

“Haz todo lo posible por venir a verme cuanto antes” (2 Tim. 4:9, NVI).

Me encontraba colportando. Al abrirse la puerta, vi a un hombre mayor, con los ojos inyectados de sangre y la camisa desprendida. Pensé que estaba ebrio, pero me hablaba con mucha lucidez y calma. No solía entrar a casas de hombres solos y no recomiendo hacerlo, pero sentí la impresión de que debía entrar allí.

Al llegar a la sala, esperaba encontrar alcohol y cigarrillos, pero me encontré con un televisor encendido en el canal 3ABN (canal de contenido cristiano, relacionado con la Iglesia Adventista), una biblioteca llena de nuestros libros y el folleto de Lección de Escuela Sabática sobre la mesa. Aliviada, me senté y comenzamos a conversar. El estado de su vista se debía a una cirugía reciente. Tenía, además, problemas en la columna y se le hacía muy difícil caminar y mover bien los brazos como para cerrarse las camisas solo. No podía ver bien, pero quería leer su Biblia.

Hacía muchos años que no iba a la iglesia, aunque había sido uno de los primeros hermanos en la localidad y había colaborado en la construcción del templo y en el avance de la obra. Por los golpes de la vida, se había apartado un poco de sus hermanos en la fe, pero seguía estudiando la Biblia y sentía un cariño muy especial por los colportores.

En un papel, con letras muy grandes, escribí un texto bíblico y canté una canción. Con lágrimas me agradeció, compró uno de los libros, oramos y me fui.

Unos días después lo visité y le llevé una lupa de regalo, para que pudiera leer la Biblia. La sonrisa no le cabía en el rostro. Lo visité un par de veces más y le conté que me tocaba predicar el sábado siguiente.

Me sonrió, me recordó su problema para caminar, los malos términos en que había quedado con algunos hermanos y me mostró que no podía cerrarse bien la camisa ni ponerse corbata y, aunque le dije que no había problema por eso, imaginé que no iría. Pero ese sábado, parada detrás del púlpito, vi entrar a este buen hombre por el pasillo, con una camisa bien abotonada y una sonrisa en el rostro. Cuando terminó el sermón, fui a saludarlo y sonriendo me dijo: “¡Te sorprendí!” Y era verdad.

Muchos de nuestros hermanos están solos, heridos física y emocionalmente. Un hombre alejado y solitario decidió volver al redil.

Dios puede usarte hoy para llegar a alguien que necesita volver también.

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