Miércoles 29 de Diciembre de 2021 | Matutina para Adultos | “Él me salvó, él me salvó”

“Él me salvó, él me salvó”

“Por eso, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas, y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:12-14).

Las manos caídas y las rodillas paralizadas indican cansancio, desánimo e inactividad. Esto es lo opuesto a paciencia y perseverancia, indispensables para la carrera cristiana victoriosa. Por eso, Pablo presenta órdenes originadas en la gracia de Dios a fin de mantener una fe viva y un testimonio eficaz. 

“La paciencia y el gozo de Pablo, su ánimo y su fe durante su largo e injusto encarcelamiento, eran un sermón continuo. Su espíritu, tan diferente del espíritu del mundo, testificaba que moraba en él un poder superior al terrenal. Y, por su ejemplo, los cristianos fueron impelidos a defender con mayor energía la causa” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 370).

De este modo, apela a seguir la paz y la santidad. La paz es con todos; la santidad, con el Señor. Así, el hijo de Dios es responsable de vivir en, por y para que la gracia de Dios llegue a todos. 

El 12 de marzo de 2019, Samuel Melquiades estuvo con nosotros en una reunión de líderes misioneros de toda la División Sudamericana realizada en la sede de Nuevo Tiempo. Él era un apasionado del Club de Conquistadores y de la Escuela Sabática, tanto que hacía diseños que resumían diariamente el mensaje de la Escuela Sabática. Yo mismo era uno de los que colocaba en las redes sociales todos sus gráficos.

Al día siguiente, la Escuela Estadual Professor Raúl Brasil (en Suzano, San Pablo), en la que estudiaba Samuel, fue atacada a tiros por dos ex alumnos. Gersialdo, el padre de Samuel, estaba acompañando a su hija menor a una consulta médica, cuando fue alertado de la tragedia. De inmediato fueron al lugar, y se encontraron con muchos padres angustiados. Uno a uno, los chicos salieron de la escuela, pero Samuel nunca salió. Una madre, con su hija llorando y su ropa manchada de sangre, se acercó al padre de Samuel. “Él me salvó, él me salvó”, decía la joven. Sí, Samuel se había interpuesto entre las balas asesinas, y salvó dos vidas, pero no pudo salvar la suya. 

Unas 10.000 personas acompañaron el sepelio de este misionero de 16 años que dio su vida para que otros pudieran vivir. Su padre pudo testificar en varios medios un mensaje de fe y esperanza. Esta historia es real y conmovedora, y debería movilizarnos a todos.

Como Pablo y como Samuel, debemos estar dispuestos a dar la vida para salvar vidas, porque Jesús nos salvó para salvar.

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