Seguros como los corderos
«¡Tú guardarás en perfecta paz a todos los que confían en ti, a todos los que concentran en ti sus pensamientos!». Isaías 26: 3
El pecado constituye la peor de las enfermedades humanas. Separa al ser humano de Dios y lo sume en la tristeza y la desesperación. Una de las peores consecuencias del pecado es la falta de paz y seguridad. Quizá por eso las personas se amontonan cada domingo en los confesionarios, esperando en vano que otro ser humano les prometa lo que no puede cumplir: absolución.
Hace algún tiempo leí que los investigadores de una prestigiosa universidad de la costa este de los Estados Unidos estaban estudiando el sistema nervioso central. Como parte de sus experimentos, intentaban descubrir cuánto estrés era capaz de soportar un individuo. ¿Cuál es el último umbral de la tolerancia al estrés? ¿Cuánta presión podemos soportar sin quebrantarnos? Los investigadores seleccionaron algunos corderos para usar en sus experimentos. Creyeron que podían obtener paralelos entre los seres humanos y los corderos.
Colocaron a un cordero en un corral con doce puntos de alimentación. En cada punto de alimentación colocaron un estímulo eléctrico. Cuando el cordero se acercó para comer en el primer punto, los investigadores le administraron una descarga eléctrica (no intentes esto en casa, cuida los animales).
El pobre cordero retrocedió y salió corriendo. Los investigadores entonces notaron algo interesante. El cordero nunca regresó al primer punto de alimentación. Continuaron con el experimento, dando choques eléctricos en todos los puntos de alimentación hasta que el cordero corrió al centro del corral, temblando y sacudiéndose, y cayó muerto por tensión nerviosa. La carga de ansiedad era demasiada. Los niveles de tensión eran demasiado altos. El peso era mucho.
Luego, los investigadores tomaron al gemelo de este cordero y lo pusieron en el mismo corral. Pero había una diferencia: pusieron a su madre junto al cordero. Cuando este segundo cordero se acercó para comer en el primer punto, los investigadores le administraron la misma descarga eléctrica. Inmediatamente el cordero corrió a donde su madre. Después de unos minutos, el corderito volvió al mismo punto de alimentación. Los investigadores nuevamente le dieron una descarga eléctrica, pero el cordero no retrocedió, miró a su madre y siguió comiendo. ¡Qué gran lección! La compañía divina nos da fuerzas para soportar las consecuencias del pecado.
Apreciado joven, cuando tus cargas te sobrepasan, cuando la culpa amenaza con consumir tu gozo, cuando la condenación del pecado te roba la paz, puedes acudir al Señor. Hoy @Dios te dice: «Si te refugias en mí podrás soportar los embates de la vida. En mí hallarás paz y fortaleza».