La dulce espera
“Sin embargo, yo confío en que veré la bondad del Señor mientras estoy aquí, en la tierra de los vivientes. Espera con paciencia al Señor; sé valiente y esforzado; sí, espera al Señor con paciencia” (Sal. 27:13, 14, NTV).
Cuando hablamos de esperar, generalmente usamos adjetivos negativos. ¿Lo notaste? Decimos que la espera es “agonizante”, “dolorosa” y francamente “insoportable”. Hay una gran excepción: la dulce espera. Cuando una mujer está embarazada, hablamos de la “dulce espera”. Una de mis mejores amigas, Kim, acaba de dar a luz a su primer hijo, Taj. Como ella vive en Australia, me mantuvo al tanto por Internet y me envió fotos que documentaban el crecimiento de su pancita. ¡Fue un proceso emocionante!
Una mujer embarazada espera con ilusión, anticipando el día en que pueda sostener a su bebé en brazos. Hay vómitos, pies hinchados y noches sin dormir bien, pero a todo esto lo llamamos “dulce espera” porque vale la pena. ¡Imagina si pudiéramos vivir la vida espiritual de esta manera! Todos estamos esperando algo: el cumplimiento de un sueño, un hijo, la realización de un llamado. Considera la vida de José (Gén. 37), Ana (1 Sam. 1) o David (1 Sam. 16). Ellos esperaron un largo tiempo antes de ver el cumplimiento de las promesas de Dios. Sin embargo, su espera no fue tiempo perdido, sino tiempo invertido. Mientras esperamos, nuestro carácter se desarrolla imperceptiblemente; como crecen las raíces bajo la tierra; como se forma un pequeño cuerpo en la oscuridad del vientre.
“Parece que el Señor continuamente usa la espera como una herramienta para darnos el mejor de sus regalos”, escribe Catherine Marshall, en Adventures in Prayer [Aventuras en oración]. Esperar es “una especie de oración actuada que se requiere más a menudo, y se honra más a menudo de lo que podía entender, hasta que vi los fabulosos músculos de fe que este acto desarrolla”. Tal vez, si recordamos esto, podremos vivir la espera con más dulzura y menos desesperación. Esperar es hacer flexiones de pecho con los músculos de la fe; es crecer. Esperar es hacer nuestra parte y confiar en que Dios hará la suya. Esperar es incómodo; es como tratar de encontrar una posición para dormir durante el último trimestre del embarazo. Sin embargo, también puede ser dulce: dulce en nuestra comunión con Dios, dulce por su presencia y compañía.
Señor Jesús, no entiendo tus tiempos. Tú eres eterno y nunca estás apurado. Yo veo los meses y las estaciones pasar, y me desespero. Tú sabes cuánto he esperado por este sueño. Quiero ser paciente, pero no me sale bien. Por favor, perfuma con tu dulce presencia esta espera. Ayúdame a crecer en la fe. Gracias porque tu fidelidad trasciende mi debilidad. Amén.