Los secretos para construir bien un hogar – III
“¡Vean qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos! Es como el buen perfume que corre por la cabeza de los sacerdotes y baja por su barba hasta el cuello de su ropaje” (Sal. 133:1, 2).
En la familia todos somos importantes. La terapeuta y autora Virginia Satir escribió al respecto: “En una familia, todos aportamos, con nuestro cuerpo, expectativas, valores y conocimiento”. Cuando el cuerpo se mueve, envía mensajes a las personas de nuestro entorno, que se hacen receptores de estos mensajes. Ya sea un puño cerrado, una mano alzada, un ceño fruncido, un salto o una inclinación de la cabeza, todo habla sin que usemos las palabras; y ese lenguaje corporal, no verbal, es entendido por nuestros familiares. Muchas veces, con nuestro lenguaje corporal, afectamos al receptor de una manera negativa. Por eso es necesario que cuidemos nuestro lenguaje corporal para no causar daño; debe haber total coherencia entre nuestras palabras habladas y nuestro lenguaje no verbal.
Lo que un niño quiere es jugar todo el tiempo; lo que un padre quiere es básicamente trabajar y mantener económicamente a su familia; lo que una madre quiere es cuidar del hogar; lo que un joven quiere es estudiar… Como ves, cada miembro de la familia tiene unos anhelos diferentes; para lograr armonizarlos es necesario conocer, primero, qué es lo que Dios quiere para sus hijos.
Dios ha puesto en nosotros los cinco sentidos, con sus delicados mecanismos para que disfrutemos lo que vemos, oímos, tocamos, olemos y saboreamos. Hagamos uso de estos dones en la familia; es importante que nos miremos más, nos toquemos más, e incluso que nos saboreemos y olamos más. Hacer esto es un método infalible para tocar los corazones.
Los niños pequeños valoran el tiempo que sus padres les dedican; los jóvenes valoran la discreción de sus padres, saber que pueden ir a ellos con total confianza; la madre valora cuando su familia le brinda momentos de descanso, y el padre valora ser apreciado por sus seres queridos en todos los esfuerzos que hace a favor de ellos. En consecuencia, cada uno desde su propia perspectiva adquiere y comparte conocimiento. Hay que aprender a jugar con los niños, a conversar con los jóvenes, a sacrificarse como mamás y a reconocer los esfuerzos de papá. Esos son cimientos sólidos sobre los que construir un hogar.
Haz de tu hogar el mejor nido para ser cuidado, la mejor escuela para aprender y el mejor ejemplo de lo que será vivir en el cielo.