Los niños sin Cristo
“Cree en el Señor Jesús, y obtendrás la salvación tú y tu familia” (Hech. 16:31).
En general, todos los padres consideramos que es nuestro deber proveer para la alimentación, el abrigo y la educación de nuestros hijos, pero son pocos los que piensan lo mismo en relación a la provisión de recursos espirituales. ¿No es acaso nuestra responsabilidad proveer a nuestros niños una educación religiosa que les permita saber quién es Cristo y desarrollar una relación personal con él?
Cuando se le enseña a un niño a depositar en Jesús su confianza infantil a través de sencillas y breves oraciones elevadas con toda su inocencia y su fe genuina, se le está otorgando una herencia espiritual que lo acompañará toda su vida. Es tan vital como la educación formal. Los niños que no conocen a Jesús y no saben que existen ángeles que nos hacen permanente compañía, aprenden a defenderse solos de las agresiones del entorno y a convertirse en violentos, porque no tienen en cuenta que Dios pelea sus batallas. En las vidas de estos niños que crecen sin Jesús, sus temores se pueden transformar en miedos patológicos.
Entrada la adolescencia, el concepto de Dios se amplía y, si el adolescente ha tenido buena dirección en su infancia, lo verá como su mejor amigo y deseará incluirlo en todas sus actividades.
La educación secular hace hincapié en la preparación para esta vida; sin duda, es importante y valiosa. En cambio, la educación religiosa es para esta vida y también para la venidera. No dejemos a nuestros niños a la deriva, o serán como un barco sin timón en medio de un mundo turbulento que, queriéndolo o no, también los alcanzará a ellos.
Hagamos provisión de recursos espirituales para nuestros hijos: libros, folletos, oración, cantos, compañeros, maestros y líderes que los conduzcan a Dios. Los ritos y la liturgia tienen su lugar en la educación espiritual de los niños, pero lo más importante es ejemplificar el carácter de Dios frente a ellos.