“Yo he rogado por ti”
“Yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes” (Lucas 22:32, DHH).
Si bien es cierto que la Biblia en ningún lado dice que Pedro haya sido el primer papa, es innegable que el Nuevo Testamento lo coloca como “el primero entre sus iguales”.⁵³ Pedro es mencionado en primer lugar en todas las listas de los apóstoles, fue el primero en llegar a Cristo por la obra de otro creyente, el primer apóstol en ver a Cristo resucitado, el primero en predicar a los gentiles y, hay que decirlo, el primero en apostatar públicamente. Tras ser reconocido como alguien que hablaba como Jesús, Pedro “comenzó a maldecir y a jurar: ‘¡No conozco al hombre!’ ” (Mat. 26:74).
Nuestro Señor sabía que Pedro lo negaría, ¿y qué hizo el Señor por este primer apóstata? Leamos: “Dijo también el Señor: ‘Simón, Simón, mira que Satanás los ha pedido a ustedes para sacudirlos como si fueran trigo; pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes’ ” (Luc. 22:31, 32, DHH). Hay dos aspectos clave en este pasaje. En primer lugar, la caída de Pedro no tomó por sorpresa al Señor. Él sabía que, en el momento de la prueba, la fe del apóstol sería sacudida. Sin embargo, Jesús rogó por Pedro; intercedió para que cuando este fallara comprendiera que podía regresar y renovar su relación con el Señor. La diferencia entre Pedro y Judas no estuvo en la caída, sino en que el primero creyó en la restauración.
Como Pedro, nosotros también hemos caído, se nos ha derrumbado la fe posiblemente en más de una ocasión, pero Cristo sigue intercediendo por todos nosotros. Cuando el pecado pasado o presente intente agrandarse y aplastarnos, recordemos que la gracia divina es mucho más grande.
En segundo lugar, Jesús sabía que Pedro regresaría: “Y tú, cuando te hayas vuelto a mí…” (Luc. 22:32). ¡Qué maravillo es el Señor! Sabiendo que lo dejamos, él sigue manteniendo la fe en nuestro regreso. Ahora bien, cuando Dios nos restaura, nos delega una misión: “Ayuda a tus hermanos a permanecer firmes”. Que la experiencia vivida nos haga sensibles, no insensibles. No es el momento para viejas cobardías, seamos valientes para ser los primeros en ayudar a los demás.
53 George E. Rice, 1 Pedro: Una esperanza viva (Miami, Florida: APIA, 1992), p. 7.