“Pondré enemistad”
“Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya” (Génesis 3:15).
Ovidio, el poeta romano, describió en su Metamorfosis la realidad que impera en la vida de los seres humanos: “Me arrastra, involuntaria, una nueva fuerza, y una cosa deseo, la mente de otra me persuade. Veo lo mejor y lo apruebo, lo peor sigo”.³³
Varias décadas después de Ovidio, el apóstol Pablo presentará un cuadro similar en Romanos 7:15 al 24. En esa discutida sección de una de sus Epístolas más famosas, Pablo, usando la primera persona del singular, dice: “No hago lo que quiero, sino lo que detesto” (vers. 15); “el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (vers. 18); “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (vers. 19); “según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios […] pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente y que lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (vers. 22, 23); y finalmente, derrotado y agonizante declara: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (vers. 24).
El hombre de Romanos 7, sin querer, se mantiene atado a una íntima e inexpugnable amistad con poderes pecaminosos, que lo obligan a ceder ante sus más burdas inclinaciones pecaminosas. El típico personaje que quiere hacer lo bueno, pero acaba haciendo lo contrario. Ahora bien, en el versículo 25, él da gracias a Dios por Jesucristo. Y en Romanos 8:1 proclama que para él no hay condenación. ¿Qué pasó entre el capítulo 7 y el 8? En Romanos 8 se describe la vida en el Espíritu, la vida victoriosa, la experiencia que nos hace genuinos siervos de Dios.
¿Cómo se puede producir ese cambio? Solo hay una manera, y la encontramos en la primera promesa que aparece en la Biblia: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón” (Gén. 3:15). El hombre de Romanos 7 y nuestra vida misma declaran sin ambages que somos amigos de Satanás y que no tenemos la fuerza que se requiere para romper esa amistad. Por eso Dios nos promete:
“Pondré enemistad”. Dejemos que el Señor haga esa obra en nosotros, y que esta grandiosa y preciosa promesa llegue a ser una realidad vibrante en nuestro diario vivir.
33 Publio Ovidio Nasón, Metamorfosis, libro séptimo, v. 19-21 (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes).