Martes 02 de Noviembre de 2021 | Matutina para Mujeres | La noble función del hogar

La noble función del hogar

“Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor” (Jos. 24:15).

El hogar, institución sagrada y creada por Dios con altos ideales, ejerce una influencia insustituible en la formación de los seres humanos, especialmente en la de los niños y los jóvenes. Esta insti­tución es la que debiera garantizar la salud física, mental y espiritual de sus moradores. “Cristo ha tomado toda medida necesaria para que cada padre y madre que quiera ser dirigido por el Espíritu Santo reciba fuerza y gracia para enseñar en el hogar. Esta educación y disciplina en el hogar ejercerán una influen­cia modeladora” (El hogar cristiano, p. 174).

La iglesia y la escuela, como instituciones que imparten educación, solo son coadyuvantes del hogar en la tarea de educar. El tiempo que el niño per­manece en casa, en convivencia con su familia, es mucho más importante para su desarrollo y tiene mayor impacto sobre el niño que el tiempo que pasa en la escuela y en la iglesia; por lo tanto, no podemos esperar que estas hagan lo que nos corresponde a nosotras hacer por derecho y por deber. 

Una autoridad ejercida con afecto, bondad y respeto es el ingrediente que no puede faltar en la conducción de los niños en el hogar. Esta es la forma correcta de enseñar valores, de formar hábitos y generar actitudes positivas ante la autoridad, incluyendo la suprema autoridad de Dios.

El trato cotidia­no a través de palabras y actos es el espejo donde el niño se hace consciente de quién es. Las palabras duras y descorteses, las comparaciones, los apodos y las descalificaciones provocan en el niño desprecio por sí mismo, un con­cepto equivocado del amor de Dios, rebeldía y alejamiento emocional de sus familiares. 

Las emociones positivas se transforman en sentimientos positivos; estos, a su vez, dan lugar a conceptos positivos; así se produce un estado emocio­nal pacífico, proactivo, perdonador, equilibrado y ecuánime que le garantiza al niño una estancia armoniosa en el mundo. Todo esto se logra en un ambien­te hogareño donde se manifiesta el espíritu de Cristo. 

Dios en el centro del hogar garantiza la estabilidad familiar, aun en medio de las peores tempestades.

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