Martes 15 de Marzo de 2022 | Matutina para Mujeres | Debilidades deleitantes

Debilidades deleitantes

“Es por esto que me deleito en mis debilidades, y en los insultos, en privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo. Pues, cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:10, NTV).

Recientemente, tuve la oportunidad de entrevistar al psicólogo, escritor y presentador de radio Daniel Gottlieb. Dan se dedica a ayudar a las personas a superar eventos traumáticos, utilizando tanto su experiencia personal como profesional. En 1979, Dan sufrió un accidente de tránsito que lo dejó cuadripléjico. Esta experiencia, inicialmente traumática, lo llevó a cambiar completamente su modo de ver la vida. “Cuando me rompí el cuello, mi alma comenzó a respirar”, dijo él durante la entrevista.

Al relatar su accidente, Dan comentó: “Pasé la mayor parte de mi juventud temeroso de que si la gente descubría quién era realmente, huiría y me rechazaría. Pero tuve suerte, porque no tuve opción. Mi máscara y mi caparazón se estrellaron en pedazos y no tuve que quitármelas”. Con el tiempo, Dan descubrió que el terrible accidente que lo dejó parapléjico también le dio un extraño regalo: vulnerabilidad.

En la carta a los corintios, Pablo escribe que él también se “deleita en sus debilidades”. ¿Por qué? Porque la vulnerabilidad le da la bienvenida a la gracia. “Cuando nos sentimos fuertes, no somos propensos a depender de la gracia y fortaleza de Dios”, escribe Marshall Segal en su artículo “His Delight Is Not in Your Strength”. “Pero cuando sentimos nuestra debilidad, experimentamos más plenamente la realidad (y nuestra tremenda y continua necesidad de él [Dios]). La agudeza de nuestras espinas revela las profundidades de su gracia y misericordia”. La razón para deleitarnos en nuestras debilidades es que nos impulsan a adentrarnos en la insondable gracia de Dios. Sin ellas, nos mantendríamos en la orilla, tratando de controlarlo todo.

Dios te invita a reconocer tu vulnerabilidad y a recibir su fortaleza. Dios se deleita, no en tu independencia y autosuficiencia, sino en tu conexión y completa dependencia de él.

Señor, aunque soy frágil como una vasija de barro, tú colocaste una luz, un gran tesoro en mi corazón. Tu luz en mi fragilidad, brillando a través de las rajaduras, le demuestra al mundo tu excelente poder e infinita gracia.

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