Un Dios que anima con sus palabras
“Porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 Corintios 10:18).
Mark Twain dijo en una ocasión: “Puedo alimentarme de un buen cumplido por dos meses”. Estaba en lo cierto, pues la mayoría de las personas se sienten afirmadas y motivadas a ser mejores o a trabajar más arduamente si reciben el reconocimiento que corresponde a su esfuerzo; mientras que muchos languidecen por falta de una palabra de ánimo o de un elogio sincero que los haga sentir apreciados y valiosos.
Tal vez uno de los retratos más ignorados de nuestro Dios es el que lo muestra como un ser que disfruta dando a sus hijos elogios y palabras de ánimo por sus actitudes o acciones encomiables. Jesús mostró esta característica divina, y deberíamos darnos cuenta de ello para intentar imitarla, sabiendo que realmente causa un impacto en los demás.
Jesús tomó tiempo para animar a alguien con sus palabras. Algunos ejemplos son impresionantes, como cuando María Magdalena fue criticada por haber ungido los pies de Jesús con un costoso perfume, y Jesús no solo corrigió el error de quienes la juzgaban, sino además reconoció púbicamente que ella había hecho “una buena obra” (Mat. 26:10). ¡Tremendo elogio de boca de Jesús! O como cuando se maravilló y reconoció la extraordinaria fe de un centurión romano: “Ni aun en Israel he hallado una fe tan grande” (Luc. 7:9, LBLA). Y cómo olvidar ese día cuando le dijo a una mujer cananea que le había pedido ayuda para su hija atormentada por los demonios: “Mujer, ¡grande es tu fe! Sea hecho como quieres” (Mat. 15:28). Uno de mis favoritos es cuando elogió con estas palabras a una viuda que había dado una humilde ofrenda: “En verdad, esta viuda pobre echó más que todos” (Luc. 21:3).
Dios sabe alimentar el ánimo de sus hijos con palabras bondadosas. ¿Y nosotros? ¿Nos gusta animar o somos más de regañar? ¿Felicitamos o andamos a la caza de errores y defectos? ¿Hacemos que las personas sientan deseos de seguir adelante o los desanimamos con nuestras palabras (o con nuestra falta de palabras de ánimo y elogio sincero)? ¿Te imaginas cómo sería nuestra vida si Dios nos hablara como nosotros hablamos a los demás?
La Biblia dice: “Que su palabra sea siempre agradable, sazonada con sal, para que sepan cómo conviene responder a cada uno” (Col. 4:6). Un gran consejo que nos haría más parecidos a Dios.