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«Jesús, al comenzar su ministerio, era como de treinta años, hijo, según se creía, de José, hijo de Elí, hijo de Matat, hijo de Leví, hijo de Melquí, hijo de Jana, hijo de José, […] hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios» (Lucas 3:
23-24, 38).
Como miembro de la familia humana, Jesús tenía padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y así hasta remontarnos a Adán y Eva, nuestros primeros padres en este misterioso mundo en el que hemos nacido. Ese es el mensaje de la genealogía de Lucas: todos los seres humanos somos hermanos entre nosotros, y todos somos hermanos de Jesús.
La palabra «hijo», tan repetida en esta genealogía, en realidad no se encuentra en el texto original más que en el versículo 23, y no se repite delante de cada antepasado, como leemos en la mayoría de nuestras traducciones. Al griego le basta construir cada nombre en genitivo, para señalar una relación de filiación, aunque no fuese directa. Quizá una traducción más actual sería «descendiente». Lo que Lucas quiere dejar claro es que, al igual que a todos nosotros, una milagrosa cadena de vidas unía a Jesús desde su madre María hasta Eva, la primera mujer.
Llevando esta idea un poco más lejos, virtualmente hasta el absurdo, podríamos decir que si uno solo de nuestros antepasados, o de los suyos, hubiera muerto sin hijos no hubiera podido ser nuestro antepasado y, por consiguiente, no existiríamos. Lo que implica que todos nuestros antepasados, incluidos los de Jesús, no solo superaron dificultades relacionales, embarazos penosos, partos peligrosos, accidentes, agresiones, penurias, enfermedades o guerras, sino que además tuvieron hijos que les sobrevivieron.
Eso significa que una ininterrumpida cadena de amor y de vida nos une a nuestros antepasados, y de paso, unos a otros. Y mucho más importante, esa cadena y otras dos todavía más vitales nos unen a Jesús, pues él no solo es nuestro hermano, sino que además es nuestro Creador y Salvador. El número de generaciones seleccionadas por Lucas también tiene su mensaje: son 77, un número que expresa suma plenitud.
Esta singular genealogía tiene, además, otra particularidad que también la hace única, y es que se trata de una genealogía inversa, que se remonta desde el hombre hasta Dios su creador. Cada vez que evoquemos a nuestros antepasados, pensemos que, si nos remontamos suficientemente lejos en el tiempo, encontraremos, allí también, «en el principio» (Gén. 1: 1) a Dios.
Señor, gracias porque a través de tantos antepasados míos me has dado la posibilidad de existir, y la de conocerte a través de Jesús.
54 Como dice Hechos 17: 26: «De la misma sangre ha hecho a todas las naciones de los hombres».
55 Ver Hebreos 2: 11, 17.
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