Matutina para Adultos, Domingo 27 de Junio de 2021

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Azúcar para las escaras

“Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:22-24).

Para Pablo, el fruto del Espíritu es una vida dirigida por el Espíritu Santo. Es lo opuesto a las obras de la carne. El fruto sale de la vida; las obras salen del esfuerzo propio. La carne produce obras muertas; el Espíritu produce obra viviente, que da más fruto. Cuando el Espíritu produce fruto, la gloria es para Dios y el creyente no se envanece; pero, cuando la carne obra, la persona se enorgullece. 

Hay frutos que se aplican a la relación con Dios, hay frutos que se refieren a la relación con los demás, y otros que se pueden referir a nosotros mismos.

Con relación a Dios: Primero se menciona el fruto del amor, y todos los demás son resultado de este. El amor es un don de Dios. Al vivir en amor, experimentamos gozo, una satisfacción interior que no depende de las circunstancias. El amor y el gozo producen la paz que sobrepasa todo entendimiento.

En relación con otros: Paciencia, benignidad y bondad son amor en acción. 

En relación con uno mismo: La fe, es decir, fidelidad; la mansedumbre, el uso correcto del poder; y la templanza, que es el autocontrol, o dominio propio. 

Así como un fruto no puede crecer en todos los climas, el fruto del Espíritu no puede crecer en la vida de todos. El fruto crece donde el Espíritu y la Palabra obran en abundancia. Este fruto no es para nuestro consumo propio, sino para bendecir a otros y glorificar a Dios. Cuando así ocurre, somos también los primeros beneficiados.

Elena de White se pregunta cuál es el fruto que debemos llevar; y nos cuenta que, mientras meditaba en estas cosas, sintió cada vez más profundamente el pecado que significa descuidar mantener el alma en el amor de Dios. “Viviendo en Dios, mediante una unión viva con Cristo, confiamos en las promesas y constantemente obtenemos mayor fuerza contemplando a Jesús” (Mensajes selectos, t. 2, p. 270).

La medicina natural suele usar azúcar para tratar las úlceras, típicas en pacientes que pasan mucho tiempo acostados. La elevada concentración de glucosa limpia arrastra los tejidos muertos e impide que los microbios se instalen. 

Si el azúcar del amor se utilizara para combatir las úlceras, las llagas y las escaras del alma, veríamos los mejores resultados. Para toda dolencia del corazón, qué mejor remedio que el amor; porque, hacia donde el corazón se inclina, el pie camina.

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