«Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados; yo les daré descanso» (Mateo 11: 28, RVR77).
Esta corta parábola presenta el trabajo «en la viña del padre» como un privilegio. Porque el trabajo no solamente es un factor importante de seguridad material, sino también un factor esencial para el equilibrio de la persona. La independencia económica conlleva reconocimiento social y autoestima. El individuo que trabaja a gusto se siente realizado, libre, autónomo, capaz de asumir su vida.
A lo largo de toda la historia, millones de seres humanos han identificado su realización personal con su oficio, su profesión o su vocación. Jesús fue conocido durante muchos años como «el carpintero» (Mar. 6: 3), y más tarde como
«Maestro» (Juan 13: 13). Pablo llama a Lucas «el médico amado» (Col. 4: 14) y, en aquella sociedad, la mayoría de los profesionales eran conocidos por su ocupación: pastores (ver Luc. 2: 8), pescadores (5: 2), sacerdotes, escribas, cobradores de impuestos, jueces, soldados o banqueros (ver Mat. 25: 27).
Cuando alguien no consigue realizarse profesionalmente por no conseguir un trabajo digno se siente devaluado. Su autoestima se deteriora y en el parado hasta se pierde, ahogada por un sentimiento de vergüenza inconfesada causado por la sensación humillante de ser mirado como un parásito. Una de las cosas que más ofenden a los parados que desearían trabajar es sentirse tratados de perezosos. No tener profesión es vivido por algunos como una verdadera amputación.
Para la mayoría de las personas que ejercen un oficio, su trabajo forma parte de su identidad. Se reconocen a sí mismos como enfermeras, abogados, pintores, cantantes o barberos. Al desaparecer con el desempleo su lugar en la sociedad, el ser humano pierde su identidad y queda desubicado, ya no sabe quién es. Esto puede afectar profundamente a su equilibrio personal, familiar y social.
El creyente debe unir sus esfuerzos con todos los que luchan por un respeto idéntico hacia todos, estén parados o ejerzan un trabajo. Una actitud de solidaridad y aceptación es ya una mano tendida para sacarlos del sentimiento de exclusión y de inutilidad, devolverles la confianza en sí mismos y luchar contra la resignación y el rechazo, sin favorecer una mentalidad de asistidos permanentes, ni crear aún más parásitos sociales.
Para Jesús, quienes tenían problemas, laborales u otros, no eran ciudadanos de segunda. A los que pasaban por una situación precaria les decía: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados; yo les daré descanso» (Mat. 11:
28, NVI). Y Pablo nos insta a «consolar a los afligidos, sostener a los débiles, y a ser pacientes con todos» (ver 1 Tes. 5:
14).
Señor, hazme más solidario con quienes no disfrutan en este momento del privilegio de tener un trabajo digno.
El versículo esta malo no es ese ..