«Mientras es de día tenemos que hacer las obras que nos encarga el que me envió; se acerca la noche, en que no se puede trabajar» (Juan 9: 4, NBE).
Rafa Nadal, considerado uno de los mejores tenistas de la historia y un deportista ejemplar, declaraba en 2020 que una clave de su excelente forma, pero muy difícil de conseguir, era el equilibrio entre entrenamiento y descanso.
Encontrar la medida entre actividad y sosiego o entre trabajo y reposo no parece fácil tampoco para el común de los mortales. Lo frecuente es caer en el activismo excesivo o en la dejadez indolente. Sin embargo, ese equilibrio es necesario para nuestra realización personal. El ritmo regular entre la noche y el día parece estar previsto «de fábrica» para ayudarnos a conseguir esa ponderación tan necesaria para vivir sanos y felices.
Jesús vivió en una sociedad que sabía —quizá mejor que otras, porque ese principio pertenecía a su más sagrado patrimonio cultural— que la armonía entre la actividad y el reposo eran indispensables para el equilibrio. Los más antiguos textos sagrados de Israel ya exhortaban a dueños y empleados a dedicar suficiente tiempo al trabajo y al descanso, y a permitir el reposo al menos un día de cada siete.
El precepto «seis días trabajarás» con que empieza el cuarto mandamiento del Decálogo (ver Éxo. 20: 9) no es una mera introducción al descanso del séptimo día, es parte del mandamiento. El trabajo semanal precede al descanso sabático. La obligación precede a la devoción.
Es muy fácil sucumbir a la tentación del lucro desmedido dando al trabajo (propio o ajeno) un lugar excesivo en la vida. Sobre todo cuando la ideología de la primacía de lo económico y la falacia de que el ocio es sinónimo de felicidad parecen imponerse casi como axiomas irrefutables.
Cuando los triunfos materiales y los excesos en el disfrute se convierten en índices por los que se evalúa el éxito humano, cuando la gloria es para los que destacan como sea, el dinero y la fama acaban por situarse para muchos por encima de todos los demás valores, incluida la sensatez.
El sabio Salomón decía ya hace tres milenios que «más vale un puño lleno con descanso, que ambos puños llenos con fatiga y esfuerzo inútil» (Ecle. 4: 6, RVR77).
Sabios seremos también nosotros si sabemos poner tanto nuestras actividades productivas como el ocio del que sanamente disfrutamos al servicio de nuestra salud, de nuestra realización personal, del bienestar de nuestra familia y de la sociedad en la que vivimos.
Esa es hoy mi oración.