Un Dios que ama a los que otros odian
“No he venido a llamar a justos sino a pecadores, para que se arrepientan” (Lucas 5:32).
En mi opinión, los fariseos tenían dos especialidades: arruinar la vida de las personas a quienes lograban hacerles creer que es posible ganarse la salvación por medio de las obras, y darle excelentes oportunidades a Jesús para mostrarnos cómo es Dios realmente. El retrato divino del texto de hoy lo tenemos gracias a que los fariseos preguntaron a los discípulos de Jesús por qué este comía y compartía con publicanos y pecadores. No malgastaremos el breve espacio de una reflexión matinal analizando lo que esta pregunta revela de quienes la formularon, sino que nos centraremos en ver lo que la respuesta de Jesús nos revela acerca de Dios.
En primer lugar, es maravilloso ver a Jesús compartiendo con pecadores y con publicanos, esa “gente rara” a quienes los fariseos odiaban, mientras los “honorables” fariseos estaban tan ocupados siendo “santos” que dedicaban el tiempo a criticar a Jesús y a intentar entramparlo para darle fin. ¿Te has preguntado cómo trataríamos hoy en la iglesia a una persona que, al estilo de Jesús, se juntara con “gente rara”, demasiado pecadora? Yo veo en este retrato que, para Dios, esas personas a las que los que se creen santos consideran pecadoras son valiosas, y le gusta estar con ellas con la intención de llevarlas a la fe.
Por otro lado, Jesús mostró que Dios no se acerca a los pecadores con una actitud de juez que viene a condenar, sino de médico que ve a un enfermo necesitado de ayuda. Los fariseos creían que los publicanos y los pecadores no merecían tener acceso a Dios, pero al creer así mostraban que no conocían a Dios. Cristo dejó en claro que Dios ama a los pecadores y que no los busca para condenarlos, sino para sanarlos y salvarlos. Por eso él no vino a llamar a justos, sino a ofrecer a esos condenados una vía de escape hacia la salvación a través del arrepentimiento.
¡Qué bueno es nuestro Dios! Le fallamos, nos alejamos de él y, en lugar de rechazarnos y condenarnos, nos llama así como estamos, y nos ofrece un arreglo que nos permita ser reconciliados con él. Puede ser que en la iglesia hoy los fariseos ocupen los mejores lugares y no permitan que ningún “publicano” se acerque, pero en el Cielo, por la gracia de Dios, serán aceptados todos los que, con arrepentimiento, hayamos respondido a su llamado. Confío en que tú y yo seremos parte de ese grupo.