Matutina para Adultos | Miércoles 21 de mayo de 2025 | Descansen un poco

Matutina para Adultos | Miércoles 21 de mayo de 2025 | Descansen un poco

Matutina para Adultos

«Y se fueron solos en una barca a un lugar desierto» (Marcos 6: 32).

Continuando las reflexiones de ayer, hoy vemos a Jesús y a los suyos tomándose un descanso lejos de sus habituales tareas de enseñar, predicar y sanar (ver Mat. 4: 23).

Más de una vez me he sentido fatigado y vacío frente a las incesantes demandas de mi ministerio, consistente también, en gran parte, en enseñar y predicar. Llegó un momento en que necesitaba aprender a gestionar trabajo y reposo. Necesitaba aprender a descansar.

Si mi secretaria no había terminado a tiempo algún trabajo que yo consideraba urgente, me sentía responsable de terminarlo yo mismo. Si algún hermano me confiaba un problema, yo creía que tenía que resolverlo cuanto antes. Si alguna de mis clases no había quedado como yo quería, invertía el tiempo que no tenía en preparar la clase siguiente. Si el sermón no me había salido tan claro y potente como yo deseaba, pasaba dos o tres días revisándolo en sus menores detalles. ¡Cuánta energía invertida en este estrés!

Hasta que un día tomé conciencia de que Jesús no parece haber vivido nunca bajo la prisa. Emprendió su ministerio público cuando ya tenía unos treinta años (ver Luc. 3: 23). ¿Treinta años perdidos? No. Treinta años en las manos de Dios, preparándose para un ministerio que finalmente iba a ser muy corto.

Nunca dicen los Evangelios que actuase precipitadamente. Y una vez iniciado su ministerio, sabiendo que quizá no le quedaba mucho tiempo, ordena a sus discípulos: «Vamos a tomarnos un respiro. Ahora necesitamos dedicar parte de nuestro tiempo a descansar» (cf. Mar. 6: 31-32). Uno de los refranes griegos de la época decía: «La Prisa solo tuvo un hijo, el Error».

Con el tiempo, la llegada de la jubilación, la experiencia acumulada y lo que he terminado aprendiendo de Jesús me han ayudado a ver mi trabajo desde otra perspectiva. Cuando necesito descansar, me pongo en sus manos. Cuando las cargas me agobian, procuro descargarlas a sus pies, buscando la compañía y el consejo de quien sabe mejor que yo cuán frágil soy y cuán limitada es mi capacidad de trabajo sin su ayuda.

Tras esos encuentros a solas con Jesús (a menudo incluso ante una computadora), la paz regresa. Durante esa pausa he descansado un poco, me siento reconfortado y el Señor puede usarme de nuevo plenamente para proseguir las tareas que me ha encomendado.

Ahora, cada vez que siento, como hoy, que necesito descansar en los brazos del Señor, no me resisto. Lo busco en mi pequeño «lugar apartado» personal. El tiempo pasado con él jamás es tiempo perdido. Es el tiempo mejor empleado del día.

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