
Noticias falsas
«Les dijo Pilato: “¿Qué es la verdad?”» (Juan 18: 38).
El famoso diario The Washington Post afirmaba el 1 abril de 2019 que, en 801 días, el presidente de una superpotencia había hecho 9.451 afirmaciones falsas o engañosas. Esta alarmante cifra la aseguraba la sección Fact Checker, gestora de una base de datos encargada de registrar, entre otras cosas, las declaraciones erróneas hechas por el mandatario desde que asumió el poder.
Los medios de comunicación independientes destacan en este sentido que, como mentir resulta políticamente muy rentable a muchos líderes, ya que sus votantes incondicionales los apoyan de todos modos, sus declaraciones falsas se multiplican y con el paso del tiempo cada vez mienten con más descaro.
Por supuesto, estos dignatarios no son ni los primeros ni los únicos que consiguen sus objetivos a fuerza de engañar a sus votantes. Adolf Hitler presumía de dominar ese arte. En su infaustamente famoso libro Mein Kampf (Mi lucha, en español) declara: «Gracias a mentiras hábiles, repetidas sin cesar, es posible hacer creer a la gente incluso que el cielo es el infierno y que el infierno es el cielo. Porque cuanto más grande es una mentira más rápidamente es aceptada».
Esto ya lo había observado el propio Jesús con triste ironía: «Los reyes de las naciones son unos tiranos con sus súbditos. Y aun así, ellos dicen de sí mismos que le hacen bien a la gente» (Luc. 22: 25, NBV). Porque las mentiras con las que los gobernantes suelen manipular la opinión pública son las que están calculadas para hacer creer que las medidas tomadas bajo su mandato son las mejores posibles, en beneficio de la nación.
Quien tiene miedo a la verdad se suele defender con mentiras.
Pilato, un alto dignatario del Imperio romano, lo sabía muy bien. Por experiencia personal, tenía claro que, para mantenerse en el poder, debía evitar caer en la trampa de las estrategias urdidas por el alto clero a base de mentiras muy bien calculadas. Aunque eso le costase la crucifixión de Jesús.
Esa fue también la táctica de Caifás, el sumo sacerdote aquel año, quien convenció al sanedrín con el siguiente discurso: «Ustedes no saben nada, ni se dan cuenta de que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca» (Juan 11: 49-50, RVC). De modo que, paradójicamente, a través del crimen abyecto de hacer morir a un inocente, ambos dignatarios pretendieron presentarse ante el pueblo como los verdaderos «salvadores de la nación».
Para no dejarme engañar en cosas transcendentes, Señor, ayúdame a preguntarme, más seriamente que Pilato, «¿cuál es la verdad?» ante cualquier decisión que afecte a mi conciencia.