Lo que el Cielo espera de ti
«Las autoridades y todos los que estaban allí sentados, al mirar a Esteban, vieron que su cara era como la de un ángel» (Hechos 6: 15).
«Después bajó Moisés del monte Sinaí llevando las dos tablas de la ley; pero al bajar del monte no se dio cuenta de que su cara resplandecía por haber hablado con el Señor» (Éxodo 34: 29). «Ese mismo fulgor iluminó el rostro de Esteban cuando fue llevado ante sus jueces» (Patriarcas y profetas, p. 299). Tanto la gloria de Moisés como la que reflejaba el rostro de Esteban venían de una cercanía con la gloria de Dios.
Esteban no había andado con Dios durante trescientos años como Enoc. No había pasado cuarenta años en el desierto en estrecha comunión con el Señor como Moisés. Sin embargo, la vida y la devoción de este joven lo hicieron idóneo para que su rostro revelara la gloria celestial. Esteban había decidido convertirse en un canal por el cual fluyera el poder de Dios. Había puesto su confianza en las promesas de Dios y estaba dispuesto a vivir para Jesús, o incluso morir por él.
Esto es exactamente lo que el Cielo espera de nosotros. Tal vez no podamos abrir el mar Rojo o caminar sobre las aguas, hacer caer fuego del cielo o realizar algún gran milagro, pero podemos poner nuestras vidas todos los días en las manos de Dios. Lo verdaderamente importante para Dios no son las grandes obras que realizamos de vez en cuando, sino corazones dispuestos a obedecerlo todos los días. «¡Ya se te ha declarado lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios» (Miqueas 6: 8, NVI).
Para aquellos que como Esteban acepten este llamado, la Escritura promete: «Los sabios resplandecerán tan brillantes como el cielo y quienes conducen a muchos a la justicia brillarán como estrellas para siempre» (Daniel 12: 3, NTV). ¿Notaste que brillaremos con Jesús por la eternidad? Eso significa que debemos aprender a reflejar su luz cada día donde nos encontramos. Oremos para que hoy estemos más cerca de su gloria.