Matutina para Jóvenes | Martes 07 de Mayo de 2024 | Atrapados en el submarino

Atrapados en el submarino

«En mi angustia clamé a ti, Señor, y tú me respondiste. Desde las profundidades de la muerte clamé a ti, y tú me oíste» (Jonás 2: 2).

En agosto de 2000, los rusos enviaron el submarino K-141 Kursk para llevar a cabo unos ejercicios de combate en el mar de Barents, en el norte de Europa. El primer día de ejercicios, el 11 de agosto, todo salió bien.

Al día siguiente, el submarino debía disparar dos torpedos. Sin embargo, en el momento del lanzamiento ocurrió algo inesperado. Una fuga en un misil defectuoso causó un incendio en la sala de torpedos, que después causó dos explosiones. La primera explosión causó graves daños en la cabina de mando, lo que hizo que la tripulación perdiera el control del submarino y que este comenzara a descender hasta el fondo del mar de Barents. Dos minutos después, una segunda explosión destrozó el casco externo del submarino. Todo parecía perdido.

Veintitrés marinos aún estaban con vida, pues una vez ocurrió la explosión, los sobrevivientes se dirigieron al compartimento más seguro. Una nota encontrada en uno de los bolsillos del teniente Dmitry Kolesnikov decía:

«Toda la tripulación de los compartimentos sexto, séptimo y octavo pasó al noveno. Aquí hay veintitrés personas. Tomamos la decisión debido al accidente. Pero ninguno de nosotros puede llegar a la superficie».

Finalmente, aunque se envió un equipo de rescate, este no llegó a tiempo y pronto se agotó el oxígeno del submarino. Los marinos no lograron sobrevivir más de seis horas.

La historia del K-141 Kursk se parece a la nuestra. A menudo abandonamos la tierra firme de la voluntad de Dios para aventurarnos en un viaje submarino pilotado por el enemigo. Vamos en busca de libertad, pero en realidad estamos acorralados entre las paredes de acero inoxidable de la nave y las profundidades del océano. Cuando comprendemos nuestro error ya hemos caído en la trampa del enemigo.

Pero a diferencia de lo ocurrido con el Kursk, el equipo de rescate celestial (el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo) está presto para salvarnos, si tan solo aceptamos su ayuda. No existen profundidades impenetrables para la gracia de Dios. En el momento de necesidad, cuando todo parece perdido, podemos gritar: «Sálvame, Señor» (Mateo 14: 30) y el Salvador extenderá su mano para rescatarnos.

Hay un mensaje especial para ti:  Sábado 10 de Diciembre de 2022 | Matutina para Jóvenes | La oración de Jabes
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