Escuchar esta entrada:
«Mientras Labán fue a otra parte a trasquilar sus ovejas, Raquel le robó sus ídolos familiares» (Gén. 31:19)
La huida de Jacob de la casa de su suegro constituyo uno de los episodios bíblicos más fascinantes. Sí, así como acabas de leer, Jacob huyó de su suegro.
En medio de este relato, encontramos una nota intrigante: «Mientras Labán fue a otra parte a trasquilar sus ovejas, Raquel le robó sus ídolos familiares» (Gén. 31:19, la cursiva es nuestra). Aunque se supone que toda
la familia de Jacob adora al Dios verdadero, Raquel, sin embargo, hurta los ídolos de su padre. ¿Qué motivó a
Raquel a cometer tal acto y qué lección podemos extraer de este episodio?
En su comentario sobre Génesis, Gordon J. Wenham señala tres posibles razones para el hurto de los ídolos:
1) Los ídolos eran un amuleto de protección para el viaje a Canaán. 2) Tener los ídolos le daba el derecho de reclamar la herencia de Labán. 3) La mayoría de los dioses paganos estaban asociados a la fertilidad. Dado que Raquel no podía tener hijos (ver Gén. 30:1), es posible que hubiera robado los ídolos en su búsqueda de la fertilidad (Gordon J. Wenham, Genesis 16–50 [Word Books, 1994), pp. 273–274.
Si te fijas en las tres posibles razones que motivaron a Raquel a robar los ídolos de Labán, la lección del relato se torna obvia. Las tres implican algún tipo de beneficio para Raquel. Ese es el modus operandi del pecado. Nadie se despierta un día y decide dedicar su vida al pecado y perderse. El cambio siempre es lento y gradual, y comienza cuando creemos que estamos ganando algo con el pecado.
En el Edén, Eva creyó que obtendría sabiduría (ver Gén. 3:6), pero encontró la muerte. Acán creyó que estaba obteniendo un manto, doscientas monedas de plata y un lingote de oro, pero condenó a muerte a treinta y seis israelitas (ver Jos. 7). Judas creyó que estaba ganando treinta monedas de plata, pero en realidad estaba traicionando al Hijo de Dios.
Así que la próxima vez que llegues a la conclusión de que obtendrás algún beneficio al traicionar tus principios y fallarle a Dios, recuerda las palabras del Sabio: «Hijo mío, si los pecadores quieren engatusarte,
¡dales la espalda!» (Prov. 1:10, NTV).