Una mina de diamantes
«Pues en él están encerradas todas las riquezas de la sabiduría y del conocimiento» (Colosenses 2: 3).
Se cuenta que hace mucho tiempo, muy lejos de aquí, un oriental rico y feliz llamado Hafed recibió la visita de un sacerdote budista que le habló del oro, la plata y los diamantes. Le dijo que una mina de diamantes podría producir suficientes gemas para comprar un reino. Esa noche Hafed no pudo conciliar el sueño, porque se consideró un hombre pobre ya que no poseía una mina de diamantes.
Para llevar a cabo su deseo, vendió sus propiedades, reunió todo su dinero, dejó a sus parientes al cuidado de su familia y se fue a buscar la mina de diamantes de sus sueños. Recorrió sin éxito países como Arabia, Palestina, España y otros lugares. Finalmente, triste y desilusionado, Hafed se arrojó al mar y murió ahogado.
Cierto día, el nuevo propietario de las tierras de Hafed vio un guijarro que brillaba al sol en las arenas del arroyo. Lo tomó, lo llevó a su casa y lo dejó sobre una repisa. Después, el mismo sacerdote que había hablado con Hafed sobre el valor de una mina diamantes, fue a visitar al nuevo dueño. En cuanto entró en la casa, reconoció que esa piedra brillante era un diamante.
Recorrieron los terrenos de la propiedad y encontraron muchos diamantes. Así fue como se descubrieron las antiguas minas de Golconda. Si Hafed se hubiera quedado en su propiedad y buscado en su propio terreno, en vez de encontrar pobreza, hambre y muerte lejos de su hogar, habría tenido una mina de diamantes de fabulosa riqueza.
¿Has pensado que junto a ti se encuentra Jesús, la Perla de Gran Precio? Él es la mina espiritual en la que puedes encontrar valiosísimas gemas de sabiduría y conocimiento que te prepararán para adquirir una propiedad de valor incalculable en el reino de los cielos. Entonces, ¿qué sentido tiene cavar en las modernas minas de basura y desperdicios representadas por una cultura decadente que no tiene en cuenta a Dios ni sus promesas?
Reconoce hoy que la verdadera riqueza se halla en Jesús. «Ya saben ustedes que nuestro Señor Jesucristo, en su bondad, siendo rico se hizo pobre por causa de ustedes, para que por su pobreza ustedes se hicieran ricos» (2 Corintios 8: 9).