
Tentación con la presunción
“Y dijo: ‘Si eres el Hijo de Dios, ¡tírate! Pues las Escrituras dicen: “Él ordenará a sus ángeles que te protejan. Y te sostendrán con sus manos para que ni siquiera te lastimes el pie con una piedra” ‘ ” (Mateo 4:6).
Después que Mateo narra las tentaciones de Jesús en el desierto, lo ubica, en el capítulo cinco, en un monte, predicando uno de sus más grandes discursos registrados. La primera bienaventuranza que presenta es: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (vers. 3, RVC). Resulta interesante recalcar que Jesús estaba confirmando, con sus palabras, los hechos que le precedieron. El antónimo de un pobre de espíritu es un presumido espiritual. Esta clase abundaba en las sinagogas, pues los presumidos no sentían la necesidad de un Dios redentor, sino que creían ser salvos por la opulencia de sus cargos y la gloria del templo.
Ceder al pedido del enemigo no representaba un peligro para Jesús, pues los ángeles que estuvieron sirviéndole en el desierto volarían a su auxilio, tal como estaba escrito. No obstante, eso habría representado falta de humildad y caer en la tentación del orgullo, la jactancia y la vanagloria.
Una prestigiosa autora escribe: “Un caballero deseaba cierta vez emplear a un cochero de confianza. Varios hombres acudieron en respuesta a su pedido. A cada uno le preguntó cuán cerca podía pasar del borde de cierto precipicio sin volcar el carruaje. Uno tras otro respondieron que podían acercarse hasta una distancia muy peligrosa, pero por fin uno contestó que se mantendría tan lejos como fuera posible de una empresa tan peligrosa. Este fue empleado para cubrir el cargo. Nuestra preocupación no debiera ser cuán lejos podemos apartarnos de los mandamientos de Dios y presumir de la misericordia del Legislador y todavía hacernos la ilusión de que estamos dentro de los límites de la tolerancia divina. Debiéramos determinarnos a estar de lado de Cristo y de nuestro Padre celestial y no correr riesgos por una obstinada presunción”.24 Saber que el Señor ha prometido protegernos de las acechanzas del enemigo no nos da derecho a exponernos para probar nuestra fe y el poder de Dios.
Querida amiga, llevemos el evangelio con humildad y permitamos al Espíritu Santo hacer su obra en nosotras. La buena noticia es que Dios recompensará a los pobres de espíritu y se encargará de exaltarnos (Salmos 147:6) así como Jesús fue exaltado hasta lo sumo (Filipenses 2:9).