«A eso de las tres de la tarde, Jesús clamó en voz fuerte:
‘Eli, Eli, ¿lema sabactani?’, que significa ‘Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?’ » (Mateo 27:46).
Humillado, golpeado, ensangrentado, cansado y sin aliento se aferraba a la esperanza de que su sacrificio fuese aceptado por su Padre. Jesús sabía que él era el único que no lo abandonaría. Pero, en un momento de indecible agonía, las tinieblas cubrieron la tierra y rodearon su cuerpo. Entonces su alma flagelada sintió la lejanía de su Padre y preguntó: «¿Por qué me has abandonado?» Por primera vez desde que estuvo en la tierra estaba sintiendo la separación de quien tanto lo amaba y no podía soportar eso. Ese sentimiento era más fuerte aún que el dolor que le causaban los clavos y las espinas. Pero, ¿estaba realmente solo?
En ocasiones, las circunstancias que vivimos nos envuelven en una nube densa de oscuridad y estamos prestas a pensar que el Padre nos ha abandonado. Solo observemos a una madre cuyo hijo acaba de fallecer; o a una esposa cuyo esposo ahora se ha ido de casa para formar otra familia. Quizás si miramos a esa mujer que ahora lleva el título de «viuda», o preguntemos a una madre que no tiene un bocado de alimento para dar a sus pequeños, entre otros. Todas ellas, sin duda, se han sentido desamparadas.
Fue por la fe que Jesús pudo continuar con el sacrificio sin emitir ningún juicio o reproche. Fue por la fe que, a pesar de sentirse desamparado, no recurrió a su posición como hijo del Altísimo para hacer el milagro que lo salvaría de tan cruel agonía. Fue por la fe que soportó hasta el último momento de angustia y fue por la fe
que proclamó al mundo: «Consumado es». Es por esa misma fe que debemos continuar el camino hacia la vida eterna, pese a que las tinieblas no nos dejen ver a Dios. Nuestros sentidos pueden percibir el desamparo,
pero no dudemos que, en medio de la oscuridad, el Padre está proveyendo las fuerzas para seguir adelante.
Son buenas noticias saber que podemos confiar por fe en un Dios que no nos desampara aun cuando nos sintamos olvidadas por él. Estuvo con su Hijo en su agonía, en la penumbra de su vida, y es la certeza de que estará en tu vida y en la mía. La victoria de Jesús es nuestra garantía.