Temor a Dios o miedo al juicio
Se quedarán lejos por miedo a su castigo, y dirán: ¡Ay, ay de ti, la gran ciudad, Babilonia, la ciudad poderosa! Porque en un instante llegó tu castigo! Apocalipsis 18:10, DHH.
Babilonia estaba en ruinas cuando Juan escribió el Apocalipsis. Su nombre es usado para representar cualquier sistema corrompido. Su poderío era tal que pretendió controlar a toda la raza humana. Agotó la paciencia divina (Dan. 4:17) y fue entregada por Dios a la hegemonía persa, lo que la llevó a la decadencia y finalmente a la derrota total. Babilonia era una de las maravillas del mundo antiguo, pero creció en poder, en orgullo y en crueldad opresora, y puso en peligro el plan de Dios para su pueblo. Por mandato divino (Dan. 5:26-28), perdió su esplendor e importancia, hasta que dejó de existir a fines del primer siglo d.C.
Desde entonces, Satanás ha procurado regir el mundo a través de otras potencias, pero es interrumpido por la intervención divina. Cuando el fin del mundo se acerque, se le permitirá a Satanás lograr una alianza política-económica-religiosa apóstata durante un corto período, una mezcla blasfema para perseguir y matar a los hijos de Dios. A esa unión maligna se la conoce como la Babilonia espiritual. La caída del Imperio Babilónico representa la suerte que le espera a esa alianza.
Sin embargo, hay fieles en esas organizaciones religiosas que tienen nobles ideales y aman a Dios conforme al conocimiento que han adquirido. Dios hará un último llamado antes del fin del tiempo de gracia, juntará a su pueblo y anunciará la caída de la Babilonia apóstata y blasfema: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (Apoc. 18:4). Quienes no temieron a Dios, temerán el castigo de la Babilonia espiritual. Este lamento, “¡Ay, ay!” proviene de las organizaciones políticas que apoyaron y enaltecieron la soberanía de un sistema religioso corrompido por intereses personales, a fin de mantener el dominio. Será un lamento tardío: “Cuando la voz de Dios ponga fin al cautiverio de su pueblo, será terrible el despertar para quienes hayan perdido todo en la gran lucha de la vida. Mientras duraba el tiempo de gracia, los cegaban los engaños de Satanás y disculpaban su vida de pecado. […] Pero sus lamentos son sofocados por el temor de que ellos mismos van a perecer con sus ídolos” (CS, pp. 711, 712).
Estás a tiempo para decidir entre el temor a Dios o el miedo al juicio venidero.