La coronación
“Dios ha resucitado a ese mismo Jesús, y de ello todos nosotros somos testigos. Después de haber sido enaltecido y colocado por Dios a su derecha y de haber recibido del Padre el Espíritu Santo que nos había prometido, él a su vez lo derramó sobre nosotros. Eso es lo que ustedes han visto y oído” (Hech. 2:32, 33).
Después de las cartas a las siete iglesias, el Apocalipsis nos lleva al mismísimo salón donde se encuentra el trono de Dios en el cielo. Veinticuatro ancianos, vestidos del blanco más puro y con coronas en sus cabezas, se encuentran sentados en sus tronos alrededor del trono de Dios. Cuatro criaturas rodean el trono de Dios, una parecida a un león, otra a un buey, otra a un águila y la última con una cara como de hombre. Las criaturas viven para adorar de día y de noche: “Santo, santo, santo es el Señor, Dios todopoderoso, el que era y es y ha de venir” (Apoc. 4:8).
En cuanto a Dios, Juan no logra encontrar palabras para describirlo, solo puede compararlo con joyas preciosas: “Tenía el aspecto de un diamante o un rubí” (vers. 3). Pero de repente, un dilema se presenta en ese mundo de majestuosidad. Un ángel poderoso pregunta: “¿Quién es digno de abrir el rollo y romper sus sellos?” (Apoc. 5:2). Juan comienza a llorar, porque el asunto parece muy importante y no hay nadie digno de hacerlo. Entonces uno de los ancianos le dice: “No llores más, pues el León de la tribu de Judá, el retoño de David, ha vencido y puede abrir el rollo y romper sus siete sellos” (vers. 5).
¿Qué está pasando aquí? Parece que más de lo que se ve a simple vista. Toda la escena muestra imágenes de una coronación y entronización real. ¡Estamos presenciando la exaltación de Jesús en el cielo después de su muerte y resurrección en la tierra! Ranko Stefanovic señala: “En el Antiguo Testamento, la ceremonia de entronización tenía dos etapas: la coronación, que se realizaba en el templo, seguida por la entronización, que se realizaba en el palacio real” (La revelación de Jesucristo, p. 173). Aquí, sin embargo, el templo y el palacio son un solo lugar.
El poderoso “León de la tribu de Judá” que está a punto de ser coronado y exaltado no es un rey típico. Es un cordero que ha sido sacrificado. El momento de mayor debilidad y humillación en la vida de Jesús representó su mayor triunfo. Y como señala el texto de hoy, con Cristo en su trono, el Espíritu Santo ahora está activo en nuestros corazones.