No es suficiente desear
“Al salir él para seguir su camino, llegó uno corriendo y, arrodillándose delante de él, le preguntó: ‘Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?’ ” (Marcos 10:17).
Según el Evangelio de Mateo, la persona de la que habla nuestro texto de hoy era un hombre joven (Mat. 19:16). Además, era rico y respetado.
Un día, este joven vio al Señor bendecir a los niños. Entonces se despertó en su corazón el deseo de ser un discípulo del Maestro. Corrió hasta llegar ante su presencia y, colocándose de rodillas, le preguntó qué debía hacer para heredar la vida eterna. Jesús le respondió: “Los mandamientos sabes: ‘No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre’. Él entonces, respondiendo, le dijo: ‘Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud’. Entonces Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: ‘Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz’ ” (Mar. 10:19-21).
¿De verdad había guardado él todos los Mandamientos? Muy probablemente no había matado, robado ni nada semejante. Pero el Señor no se refería al simple hecho de no hacer cosas malas. Se refería a que el joven usara sus posesiones para hacer cosas buenas por su prójimo. Y, más importante aún, que entendiera que el amor a Dios –no al dinero– había de ser supremo en su corazón.
La prueba resultó ser demasiado dura para él. Al escoger el tesoro terrenal sobre el celestial, el joven rico dejó en claro que su verdadero problema no era que él “tenía muchas posesiones”, sino que sus posesiones lo tenían a él.
Lo más triste de esta historia es que el joven rico “deseaba la vida eterna, pero no estaba dispuesto a hacer el sacrificio necesario. El costo […] le parecía demasiado grande” (El Deseado de todas las gentes, p. 479). Esto es lo que sucede cuando no hacemos una entrega completa de nuestro corazón a Dios. Tarde o temprano, algo o alguien termina desplazando a Dios del lugar central en nuestra vida. En el caso del joven rico, ese algo fue su amor a las riquezas.
Jesús quiere hoy ser el centro de tu vida, y no desea que ninguna otra cosa le dispute el trono de tu corazón. ¿Le has hecho una entrega completa de tu vida?
¿O se podría decir de ti, al igual que del joven rico, “una cosa te falta”? Santo Espíritu, capacítame hoy para que nada ni nadie me impida dar al Señor Jesús el lugar de honor que con su sacrificio ganó en mi corazón.