Matutina para Adultos, Viernes 09 de Abril de 2021

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Para la gloria de Dios

“¿Acaso no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios está en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16, 17).

Metz dice que son varias las maneras en que una persona puede considerar su cuerpo: mimarlo e idolatrarlo, mirarlo con desdén o vergüenza, utilizarlo como una máquina para producir trabajo y emplearlo como un arma para obtener poder. También puede dedicarlo a los placeres carnales y utilizarlo como instrumento para el vicio. O, como Pablo, puede verlo y cuidarlo como un un templo donde Dios quiere morar.

Pablo, al igual que otros escritores bíblicos, plantea que Dios tiene razón al reclamar su “derecho de autor”. 

Le pertenecemos por creación, porque él nos hizo.

Le pertenecemos por redención, porque él nos compró con su sangre. 

Le pertenecemos por adopción, ya que nos transformó de criaturas de Dios en hijos de Dios.

El plan original de Dios era un cuerpo planificado para vivir por siempre, sano y feliz. Por causa del pecado surgieron el deterioro, la enfermedad y la muerte. Adán no murió de forma inmediata después de su pecado; vivió 930 años. Su hijo, Set, vivió 912 años; y su nieto, Enós, 905 años. Matusalén fue el hombre que más vivió. Llegó a los 969 años.

Estas no son cifras ficticias. Ellos vivieron cerca del tiempo de la Creación, tenían una constitución física perfecta, estaban libres de enfermedades hereditarias, disponían de una muy buena alimentación y moraban en un ambiente libre de toda contaminación. 

Por causa del pecado, la longevidad fue disminuyendo. Noé vivió 950 años. Su hijo Sem, 600 años. Su nieto Arfaxad, 438 años; y su bisnieto Sala, 433 años. Cinco generaciones más tarde, Abraham vivió “solo” 175 años. Ya en los días de Moisés, el promedio de vida rondaba los ochenta años.

Cuando Pablo escribe esto a los corintos, los griegos tenían la costumbre de colocar en el interior del templo una imagen de sus dioses. Pablo dice que Dios mora en el templo colectivo que es la iglesia, y en el templo individual que es nuestro cuerpo. Las razones para respetar nuestro cuerpo como templo del Espíritu Santo son dos: Glorificar a Dios respetando la voluntad del Creador y obtener nuestro propio bienestar personal. 

No se trata de aplacar la sed de las divinidades paganas; por el contrario, como ocurre con todas las indicaciones de Dios que son seguidas, es el creyente quien recibe las bendiciones.

Ya sea que comamos, bebamos o hagamos cualquier otra cosa, hagamos todo para la gloria de Dios. Hacerlo para su gloria es hacerlo para nuestro propio bienestar, presente y eterno.

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