Miércoles 01 de Junio de 2022 | Matutina para Adultos | Ver posibilidades

Ver posibilidades

“El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).

¿Qué podían intentar los padres de Freddie, que ya no hubieran probado, para rescatar a su hijo del mundo de la delincuencia? ¿De qué recursos podrían echar mano para librarlo de esa compulsión irresistible al robo? El relato lo cuenta Mark Finley, conocido autor y conferenciante internacional (Satisfecho, pp. 50-52).

Freddie apenas tenía diez años y ya era conocido por robar en los negocios locales. Mientras tanto, sus desesperados padres ya habían agotado todos los medios a su alcance –castigos, sobornos, recompensas, psicólogos–, sin que nada funcionara. Entonces, se enteraron de que una anciana, la señorita Shaw, podría ayudar. Se decía que esta amable mujer tenía una manera muy sabia de tratar con jovencitos difíciles. La contactaron, y ella estuvo de acuerdo en cooperar.

De mala gana Freddie accedió a visitar a la viejecita. Cuando tocó a la puerta, lo primero que vio fue el dulce rostro de la Sra. Shaw.

–¡Freddie! ¡Qué bueno que llegaste! –le dijo cariñosamente–. ¿Puedes, por favor, ir al correo con este billete de cien dólares y pedir que te lo cambien en sencillo?

Freddie no podía creer lo que escuchaba. ¡Esta señora, sin conocerlo, estaba colocando en sus manos cien dólares! Hasta ese momento nadie había confiado en él. Así que, sin pérdida de tiempo, se apresuró a cumplir con el encargo. En unos quince minutos ya estaba de regreso, su rostro radiante de alegría con los billetes en mano. ¡Ni uno solo faltaba!

Cuenta Finley que la confianza que la sabia ancianita depositó en Freddie fue decisiva en la transformación que se operó en el muchacho. Abandonó su mala vida, llegó a aceptar a Cristo como su Salvador y condujo a otros a los pies del Señor.

¿Por qué los así llamados “pecadores” se sentían tan bien en la presencia de Jesús? Porque Jesús veía no lo que el pecador era en ese momento, sino lo que podía llegar a ser, transformado por su gracia. Por eso se ganó no solo la confianza de ellos, sino también su corazón. Y por eso, también, lo llamaban “amigo de pecadores” (ver Luc. 7:34).

Ahora la pregunta más importante: ¿No fue, precisamente, posibilidades lo que Jesús vio en ti y en mí? Antes de que lo buscáramos, él nos buscó; antes de que lo amáramos, nos amó; antes de que lo aceptáramos, nos aceptó. ¿No es esto maravilloso?

Gracias, Jesús, porque viste en mí lo que nadie vio jamás: ¡Posibilidades de redención!

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